Buenos
días de nuevo, estoy contento de estar entre ustedes, además les
digo una confidencia, es la primera vez que bajo acá́, nunca había
venido. Como les decía, tengo mucha alegría y les doy una calurosa
bienvenida.
Gracias por haber aceptado esta invitación para
debatir tantos graves problemas sociales que aquejan al mundo hoy,
ustedes que sufren en carne propia la desigualdad y la exclusión.
Gracias al Cardenal Turkson por su acogida. Gracias, Eminencia por su
trabajo y sus palabras.
Este encuentro de Movimientos Populares es
un signo, es un gran signo: vinieron a poner en presencia de Dios, de
la Iglesia, de los pueblos, una realidad muchas veces silenciada.
¡Los pobres no solo padecen la injusticia sino que también luchan
contra ella!
No se contentan con promesas ilusorias,
excusas o coartadas. Tampoco están esperando de brazos cruzados la
ayuda de ONGs, planes asistenciales o soluciones que nunca llegan o,
si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de
anestesiar o de domesticar. Esto es medio peligroso. Ustedes sienten
que los pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se
organizan, estudian, trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa
solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los
pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos
tiene muchas ganas de olvidar.
Solidaridad es una palabra que no cae bien siempre, yo diría que
algunas veces la hemos transformado en una mala palabra, no se puede
decir; pero es una palabra mucho más que algunos actos de
generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de
comunidad, de prioridad de vida de todos sobre la apropiación de los
bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas
estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la
tierra y la vivienda, la negación de los derechos sociales y
laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del
dinero: los desplazamientos forzados, las emigraciones dolorosas, la
trata de personas, la droga, la guerra, la violencia y todas esas
realidades que muchos de ustedes sufren y que todos estamos llamados
a transformar. La solidaridad, entendida, en su sentido más hondo,
es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos
populares.
Este encuentro nuestro no responde a una ideología. Ustedes no
trabajan con ideas, trabajan con realidades como las que mencioné y
muchas otras que me han contado… tienen los pies en el barro y las
manos en la carne. ¡Tienen olor a barrio, a pueblo, a lucha!
Queremos que se escuche su voz que, en general, se escucha poco. Tal
vez porque molesta, tal vez porque su grito incomoda, tal vez porque
se tiene miedo al cambio que ustedes reclaman, pero sin su presencia,
sin ir realmente a las periferias, las buenas propuestas y proyectos
que a menudo escuchamos en las conferencias internacionales se quedan
en el reino de la idea, es mi proyecto.
No se puede abordar el escándalo de la pobreza promoviendo
estrategias de contención que únicamente tranquilicen y conviertan
a los pobres en seres domesticados e inofensivos. Qué triste ver
cuando detrás de supuestas obras altruistas, se reduce al otro a la
pasividad, se lo niega o peor, se esconden negocios y ambiciones
personales: Jesús les diría hipócritas. Qué lindo es en cambio
cuando vemos en movimiento a Pueblos, sobre todo, a sus miembros más
pobres y a los jóvenes. Entonces sí se siente el viento de promesa
que aviva la ilusión de un mundo mejor. Que ese viento se transforme
en vendaval de esperanza. Ese es mi deseo.
Este encuentro nuestro responde a un anhelo muy concreto, algo que
cualquier padre, cualquier madre quiere para sus hijos; un anhelo que
debería estar al alcance de todos, pero hoy vemos con tristeza cada
vez más lejos de la mayoría: tierra, techo y trabajo. Es extraño
pero si hablo de esto para algunos resulta que el Papa es comunista.
No se entiende que el amor a los pobres está al centro del
Evangelio. Tierra, techo y trabajo, eso por lo que ustedes luchan,
son derechos sagrados. Reclamar esto no es nada raro, es la doctrina
social de la Iglesia. Voy a detenerme un poco en cada uno de éstos
porque ustedes los han elegido como consigna para este encuentro.
Tierra. Al inicio de la creación, Dios creó́ al hombre,
custodio de su obra, encargándole de que la cultivara y la
protegiera. Veo que aquí́ hay decenas de campesinos y campesinas, y
quiero felicitarlos por custodiar la tierra, por cultivarla y por
hacerlo en comunidad. Me preocupa la erradicación de tantos hermanos
campesinos que sufren el desarraigo, y no por guerras o desastres
naturales. El acaparamiento de tierras, la desforestación, la
apropiación del agua, los agrotóxicos inadecuados, son algunos de
los males que arrancan al hombre de su tierra natal. Esta dolorosa
separación, que no es solo física, sino existencial y espiritual,
porque hay una relación con la tierra que está poniendo a la
comunidad rural y su peculiar modo de vida en notoria decadencia y
hasta en riesgo de extinción.
La otra dimensión del proceso ya global es el hambre. Cuando la
especulación financiera condiciona el precio de los alimentos
tratándolos como a cualquier mercancía, millones de personas sufren
y mueren de hambre. Por otra parte se desechan toneladas de
alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es
criminal, la alimentación es un derecho inalienable. Sé que
algunos de ustedes reclaman una reforma agraria para solucionar
alguno de estos problemas, y déjenme decirles que en ciertos países,
y acá́ cito el Compendio de la Doctrina Social de la IGLESIA, “la
reforma agraria es además de una necesidad política, una obligación
moral” (CDSI, 300).
No lo digo solo yo, está en el Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia. Por favor, sigan con la lucha
por la dignidad de la familia rural, por el agua, por la vida y para
que todos puedan beneficiarse de los frutos de la tierra.
Segundo, Techo. Lo dije y lo repito: una casa para cada familia.
Nunca hay que olvidarse que Jesús nació́ en un establo porque en
el hospedaje no había lugar, que su familia tuvo que abandonar su
hogar y escapar a Egipto, perseguida por Herodes. Hoy hay tantas
familias sin vivienda, o bien porque nunca la han tenido o bien
porque la han perdido por diferentes motivos. Familia y vivienda van
de la mano. Pero, además, un techo, para que sea hogar, tiene una
dimensión comunitaria: y es el barrio… y es precisamente en el
barrio donde se empieza a construir esa gran familia de la humanidad,
desde lo más inmediato, desde la convivencia con los vecinos. Hoy
vivimos en inmensas ciudades que se muestran modernas, orgullosas y
hasta vanidosas. Ciudades que ofrecen innumerables placeres y
bienestar para una minoría feliz… pero se le niega el techo a
miles de vecinos y hermanos nuestros, incluso niños, y se los llama,
elegantemente, “personas en situación de calle”. Es curioso como
en el mundo de las injusticias, abundan los eufemismos. No se dicen
las palabras con la contundencia y la realidad se busca en el
eufemismo. Una persona, una persona segregada, una persona apartada,
una persona que está sufriendo la miseria, el hambre, es una
persona en situación de calle: palabra elegante ¿no? Ustedes
busquen siempre, por ahí́ me equivoco en alguno, pero en general,
detrás de un eufemismo hay un delito.
Vivimos en ciudades que construyen torres, centros comerciales,
hacen negocios inmobiliarios… pero abandonan a una parte de sí en
las márgenes, las periferias. ¡Cuánto duele escuchar que a los
asentamientos pobres se los margina o, peor, se los quiere erradicar!
Son crueles las imágenes de los desalojos forzosos, de las topadoras
derribando casillas, imágenes tan parecidas a las de la guerra. Y
esto se ve hoy
Ustedes saben que en las barriadas populares donde muchos de
ustedes viven subsisten valores ya olvidados en los centros
enriquecidos. Los asentamientos están bendecidos con una rica
cultura popular: allí́ el espacio público no es un mero lugar de
tránsito sino una extensión del propio hogar, un lugar donde
generar vínculos con los vecinos. Qué hermosas son las ciudades
que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes y
que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo. Qué
lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están
llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el
reconocimiento del otro. Por eso, ni erradicación ni marginación:
Hay que seguir en la línea de la integración urbana. Esta palabra
debe desplazar totalmente a la palabra erradicación, desde ya, pero
también esos proyectos que pretender barnizar los barrios pobres,
aprolijar las periferias y maquillar las heridas sociales en vez de
curarlas promoviendo una integración auténtica y respetuosa. Es una
especie de arquitectura de maquillaje ¿no? Y va por ese lado.
Sigamos trabajando para que todas las familias tangan una vivienda y
para que todos los barrios tengan una infraestructura adecuada
(cloacas, luz, gas, asfalto, y sigo: escuelas, hospitales o salas de
primeros auxilios, club deportivo y todas las cosas que crean
vínculos y que unen, acceso a la salud –lo dije–y a la educación
y a la seguridad en la tenencia.
Tercero, Trabajo. No existe peor pobreza material – me urge
subrayarlo-, no existe peor pobreza material, que la que no permite
ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo. El desempleo
juvenil, la informalidad y la falta de derechos laborales no son
inevitables, son resultado de una previa opción social, de un
sistema económico que pone los beneficios por encima del hombre, si
el beneficio es económico, sobre la humanidad o sobre el hombre, son
efectos de una cultura del descarte que considera al ser humano en
sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar.
Hoy, al fenómeno de la explotación y de la opresión se le suma
una nueva dimensión, un matiz gráfico y duro de la injusticia
social; los que no se pueden integrar, los excluidos son desechos,
“sobrantes”. Esta es la cultura del descarte y sobre esto
quisiera ampliar algo que no tengo escrito pero se me ocurre
recordarlo ahora. Esto sucede cuando al centro de un sistema
económico está el dios dinero y no el hombre, la persona humana.
Sí, al centro de todo sistema social o económico tiene que estar
la persona, imagen de Dios, creada para que fuera el denominador del
universo. Cuando la persona es desplazada y viene el dios dinero
sucede esta trastocación de valores.
Y, para graficar, recuerdo
una enseñanza de alrededor del año 1200. Un rabino judío explicaba
a sus feligreses la historia de la torre de babel y entonces contaba
cómo, para construir esta torre de babel, había que hacer mucho
esfuerzo había que fabricar los ladrillos, para fabricar los
ladrillos había que hacer el barro y traer la paja, y amasar el
barro con la paja, después cortarlo en cuadrado, después hacerlo
secar, después cocinarlo, y cuando ya estaban cocidos y fríos,
subirlos para ir construyendo la torre.
Si se caía un ladrillo, era muy caro el ladrillo con todo este
trabajo, si se caía un ladrillo era casi una tragedia nacional. Al
que lo dejaba caer lo castigaban o lo suspendían o no sé lo que le
hacían, y si caía un obrero no pasaba nada. Esto es cuando la
persona está al servicio del dios dinero y esto lo contaba un
rabino judío en el año 1200 explicaba estas cosas horribles.
Y respecto al descarte también tenemos que ser un poco atentos a
lo que sucede en nuestra sociedad. Estoy repitiendo cosas que he
dicho y que están en la Evangelii Gaudium. Hoy día, se descartan
los chicos porque el nivel de natalidad en muchos países de la
tierra ha disminuido o se descartan los chicos por no tener
alimentación o porque se les mata antes de nacer, descarte de niños.
Se descartan los ancianos, porque, bueno, no sirven, no producen,
ni chicos ni ancianos producen, entonces con sistemas más o menos
sofisticados se les va abandonando lentamente, y ahora, como es
necesario en esta crisis recuperar un cierto equilibrio, estamos
asistiendo a un tercer descarte muy doloroso, el descarte de los
jóvenes. Millones de jóvenes, yo no quiero decir la cifra porque no
la sé exactamente y la que leí́ me parece un poco exagerada, pero
millones de jóvenes descartados del trabajo, desocupados.
En los países de Europa, y estas si son estadísticas muy
claras, acá́ en Italia, pasó un poquitito del 40% de jóvenes
desocupados; ya saben lo que significa 40% de jóvenes, toda una
generación, anular a toda una generación para mantener el
equilibrio. En otro país de Europa está pasando el 50% y en ese
mismo país del 50% en el sur el 60%, son cifras claras, óseas del
descarte. Descarte de niños, descarte de ancianos, que no producen,
y tenemos que sacrificar una generación de jóvenes, descarte de
jóvenes, para poder mantener y reequilibrar un sistema en el cual en
el centro está el dios dinero y no la persona humana.
Pese a esto, a esta cultura del descarte, a esta cultura de los
sobrantes, tantos de ustedes, trabajadores excluidos, sobrantes para
este sistema, fueron inventando su propio trabajo con todo aquello
que parecía no poder dar más de sí mismo… pero ustedes, con su
artesanalidad, que les dio Dios… con su búsqueda, con su
solidaridad, con su trabajo comunitario, con su economía popular,
lo han logrado y lo están logrando…. Y déjenme decírselo, eso
además de trabajo, es poesía. Gracias.
Desde ya, todo trabajador, esté o no esté en el sistema formal
del trabajo asalariado, tiene derecho a una remuneración digna, a la
seguridad social y a una cobertura jubilatoria. Aquí́ hay
cartoneros, recicladores, vendedores ambulantes, costureros,
artesanos, pescadores, campesinos, constructores, mineros, obreros de
empresas recuperadas, todo tipo de cooperativistas y trabajadores de
oficios populares que están excluidos de los derechos laborales, que
se les niega la posibilidad de sindicalizarse, que no tienen un
ingreso adecuado y estable. Hoy quiero unir mi voz a la suya y
acompañarlos en su lucha.
En este Encuentro, también han hablado de la Paz y de Ecología.
Es lógico: no puede haber tierra, no puede haber techo, no puede
haber trabajo si no tenemos paz y si destruimos el planeta. Son temas
tan importantes que los Pueblos y sus organizaciones de base no
pueden dejar de debatir. No pueden quedar solo en manos de los
dirigentes políticos. Todos los pueblos de la tierra, todos los
hombres y mujeres de buena voluntad, tenemos que alzar la voz en
defensa de estos dos preciosos dones: la paz y la naturaleza. La
hermana madre tierra como la llamaba San Francisco de Asís.
Hace poco dije, y lo repito, que estamos viviendo la tercera
guerra mundial pero en cuotas. Hay sistemas económicos que para
sobrevivir deben hacer la guerra. Entonces se fabrican y se venden
armas y, con eso los balances de las economías que sacrifican al
hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente quedan saneadas.
Y no se piensa en los niños hambrientos en los campos de
refugiados, no se piensa en los desplazamientos forzosos, no se
piensa en las viviendas destruidas, no se piensa, desde ya, en tantas
vidas segadas. Cuánto sufrimiento, cuánta destrucción, cuánto
dolor. Hoy, queridos hermanas y hermanos, se levanta en todas las
partes de la tierra, en todos los pueblos, en cada corazón y en los
movimientos populares, el grito de la paz: ¡Nunca más la guerra!
Un sistema económico centrado en el dios dinero necesita también
saquear la naturaleza, saquear la naturaleza, para sostener el ritmo
frenético de consumo que le es inherente. El cambio climático, la
pérdida de la biodiversidad, la desforestación ya están mostrando
sus efectos devastadores en los grandes cataclismos que vemos, y los
que más sufren son ustedes, los humildes, los que viven cerca de las
costas en viviendas precarias o que son tan vulnerables
económicamente que frente a un desastre natural lo pierden todo.
Hermanos y hermanas: la creación no es una propiedad, de la cual
podemos disponer a nuestro gusto; ni mucho menos, es una propiedad
solo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un regalo, un
don maravilloso que Dios no ha dado para que cuidemos de él y lo
utilicemos en beneficio de todos, siempre con respeto y gratitud.
Ustedes quizá sepan que estoy preparando una encíclica sobre
Ecología: tengan la seguridad que sus preocupaciones estarán
presentes en ella. Les agradezco, aprovecho para agradecerles, la
carta que me hicieron llegar los integrantes de la Vía Campesina,
la Federación de Cartoneros y tantos otros hermanos al respecto.
Hablamos de la tierra, de trabajo, de techo… hablamos de
trabajar por la paz y cuidar la naturaleza… Pero ¿por qué en vez
de eso nos acostumbramos a ver como se destruye el trabajo digno, se
desahucia a tantas familias, se expulsa a los campesinos, se hace la
guerra y se abusa de la naturaleza? Porque en este sistema se ha
sacado al hombre, a la persona humana, del centro y se lo ha
reemplazado por otra cosa. Porque se rinde un culto idolátrico al
dinero. Porque se ha globalizado la indiferencia!, se ha globalizado
la indiferencia: a mí¿qué me importa lo que les pasa a otros
mientras yo defienda lo mío? Porque el mundo se ha olvidado de
Dios, que es Padre; se ha vuelto huérfano porque dejó a Dios de
lado.
Algunos de ustedes expresaron: Este sistema ya no se aguanta.
Tenemos que cambiarlo, tenemos que volver a llevar la dignidad humana
al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras
sociales alternativas que necesitamos. Hay que hacerlo con coraje,
pero también con inteligencia. Con tenacidad, pero sin fanatismo.
Con pasión, pero sin violencia. Y entre todos, enfrentando los
conflictos sin quedar atrapados en ellos, buscando siempre resolver
las tensiones para alcanzar un plano superior de unidad, de paz y de
justicia. Los cristianos tenemos algo muy lindo, una guía de
acción, un programa, podríamos decir, revolucionario. Les
recomiendo vivamente que lo lean, que lean las bienaventuranzas que
están en el capítulo 5 de San Mateo y 6 de San Lucas,(cfr. Mt 5, 3
y Lc 6, 20) y que lean el pasaje de Mateo 25. Se los dije a los
jóvenes en Río de Janeiro, con esas dos cosas tiene el programa de
acción.
Sé que entre ustedes hay personas de distintas religiones,
oficios, ideas, culturas, países, continentes. Hoy están
practicando aquí́ la cultura del encuentro, tan distinta a la
xenofobia, la discriminación y la intolerancia que tantas veces
vemos. Entre los excluidos se da ese encuentro de culturas donde el
conjunto no anula la particularidad, el conjunto no anula la
particularidad. Por eso a mí me gusta la imagen del poliedro, una
figura geométrica con muchas caras distintas. El poliedro refleja
la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan la
originalidad. Nada se disuelve, nada se destruye, nada se domina,
todo se integra, todo se integra. Hoy también están buscando esa
síntesis entre lo local y lo global. Sé que trabajan día tras
día en lo cercano, en lo concreto, en su territorio, su barrio, su
lugar de trabajo: los invito también a continuar buscando esa
perspectiva más amplia, que nuestros sueños vuelen alto y abarquen
el todo.
De ahí que me parece importante esa propuesta que algunos me han
compartido de que estos movimientos, estas experiencias de
solidaridad que crecen desde abajo, desde el subsuelo del planeta,
confluyan, estén más coordinadas, se vayan encontrando, como lo
han hecho ustedes en estos días. Atención, nunca es bueno
encorsetar el movimiento en estructuras rígidas, por eso dije
encontrarse, mucho menos es bueno intentar absorberlo, dirigirlo o
dominarlo; movimientos libres tiene su dinámica propia, pero sí,
debemos intentar caminar juntos. Estamos en este salón, que es el
salón del Sínodo viejo, ahora hay uno nuevo, y sínodo quiere
decir precisamente “caminar juntos”: que éste sea un símbolo
del proceso que ustedes han iniciado y que están llevando adelante.
Los movimientos populares expresan la necesidad urgente de
revitalizar nuestras democracias, tantas veces secuestradas por
innumerables factores. Es imposible imaginar un futuro para la
sociedad sin la participación protagónica de las grandes
mayorías y ese protagonismo excede los procedimientos lógicos de
la democracia formal. La perspectiva de un mundo de paz y justicia
duraderas nos reclama superar el asistencialismo paternalista, nos
exige crear nuevas formas de participación que incluya a los
movimientos populares y anime las estructuras de gobierno locales,
nacionales e internacionales con ese torrente de energía moral que
surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del
destino común. Y esto con ánimo constructivo, sin resentimiento,
con amor.
Yo los acompaño de corazón en ese camino. Digamos juntos desde
el corazón: Ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin
tierra, ningún trabajador sin derechos, ninguna persona sin la
dignidad que da el trabajo.
Queridos hermanas y hermanos: sigan con su lucha, nos hacen bien a
todos. Es como una bendición de humanidad. Les dejo de recuerdo, de
regalo y con mi bendición, unos rosarios que fabricaron artesanos,
cartoneros y trabajadores de la economía popular de América
Latina.
Y en este acompañamiento rezo porustedes, rezo
conustedes y quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y
los bendiga, que los colme de su amor y los acompañe en el camino
dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en pie: esa
fuerza es la esperanza, la esperanza que no defrauda, gracias.
Francisco